Divertida,
profunda,
muy sencilla
y humana

Conocí a Elina hace 20 años, cuando murió Santiago mi marido. En esos años ella vivía en un centro del Opus Dei en San Isidro. Era muy amiga de mi cuñada y ella me llevó a conocerla. En ese tiempo, yo no podía más que llorar. Me había quedado viuda con 10 hijos, la más chica tenía 8 años. Apenas conocerme Elina me empezó a hablar, a escuchar, a consolar. Me aconsejó qué hacer con cada chico y con mi propia vida. Inmediatamente me hizo sentir cómoda y protegida. En esa época yo sólo recibía, así que nunca supe nada de ella. Me descargaba con ella y solo recibía cariño, consuelo y ayuda incondicional. 

Elina transmitía un amor a Dios que le salía por los poros, con muchísima naturalidad y frescura. Divertida, profunda, muy sencilla y humana. Cuando estabas con ella te hacía sentir que eras lo más. Era tan salida de sí misma que terminabas yéndote convencida de que eras genial.

Cuando se fue a vivir al centro dejé de verla, pero ella apareció devuelta. Me buscó hace 6 años cuando murió mi hija Ceci. Con el mismísimo cariño de siempre. Pendiente de mí y de toda mi familia. No nos veíamos personalmente, pero era como si nunca hubiéramos dejado de vernos. 

Cuando me enteré de su enfermedad, empecé a ir al centro Austria a visitarla. Nos hicimos grandes amigas. Ella desahogaba su sufrimiento conmigo, pero a la vez estaba tan pendiente de mí, de mi vida, de mi familia. Salíamos a tomar algo en la cafetería de enfrente. Le encantaba el helado y especialmente los cucuruchos. Los disfrutaba como un chiquito. Siempre que entraba a su casa, lo primero era pasar por la capilla. Y ella fuerte le hablaba a Jesús, le agradecía, lo quería tanto, nada era forzado en ella.

Cuando llegó la cuarentena ella me siguió llamando y nos las ingeniábamos para vernos. Con el helado infaltable, donde fuera, donde podíamos. Así que armábamos pic-nics en el auto en la plaza. Cuántos consejos, cuánta ayuda: ¡Elina estaba en todo! Yo salía de verla echa un cascabel. Tengo en la memoria esa sonrisa pícara y divertida cuando la dejaba en la puerta de su casa. 

Para nada escondía su sufrimiento, cómo le costaban las acusaciones falsas, le caían a ella, pero también al Opus Dei, que era lo que más quiso en su vida. Tampoco dejaba de contar con dolor su enfermedad, su cáncer, que al principio no podía ni nombrarlo, y cómo con el pasar del tiempo lo fue aceptando y entregando todo, sus dolores físicos, sus humillaciones físicas y morales. Todo lo fue entregando con una humildad que solo un alma llena de Dios lo puede hacer.

Tuve el privilegio de poder verla en el hospital Austral y estar un buen rato con ella. Allí me volvió a hablar de Ceci, hablamos del Cielo con tanta naturalidad. 

Elina fue una mujer que sin conocerme se involucró en mi vida en un momento de dolor. Se dedicó a ayudarme, a hacerme levantar cabeza, a creerme capaz. Supo volver a mi vida en otro momento de sufrimiento, y también supo abrirse en amistad cuando el dolor llegó a su vida. Elina fue y seguirá siendo siempre una gran amiga.      

María Teresa Sánchez Sorondo