Elina
era fuerza,
era motor,
era energía
sin límites
Conocí a Elina, una tarde de otoño de 1980, a mis 30 años. Yo estaba preparando con muchas ansias mi viaje a EEUU pero antes quise ir, por vez primera, a una charla para mujeres que se daba en una ciudad cercana a la mía. Tenía avidez por saber más sobre el Opus Dei. Ella estaba sentada en la cabecera de la mesa y tuve la suerte de sentarme a su izquierda. Quedé impactada con esa mujer tan simpática y linda que decía cosas tan sabias e importantes. Era una mujer increíble. De esas que al conocerlas uno se queda agradeciendo a Dios que la haya puesto en nuestro camino. Nunca pude saber su edad; era tan viva, tan espontánea, tan llena de fuerza, de alegría, de elocuencia, de paciencia… que su edad, aún con el paso de los años, fue siempre, a ojos vista, la misma.
Su vestir siempre elegante, sencillo pero de estilo: unas camisas blancas dignas del mejor modisto, collar y aros de perlas, cabello corto, labios pintados. Era una lady, con una sonrisa cómplice permanentemente, atendiendo a todos pero haciéndote sentir que eras siempre su mejor invitado.
Elina era fuerza, era motor, era energía sin límites, era vida, era expectante de todo lo que le contaras, se reía a carcajadas. Siempre con una sonrisa, siempre al hablar contigo te hacía sentir como que eras la mejor mujer que existía, y te repetía constantemente:
“Te has dado cuenta, de cuánto te quiere Dios…?”
Otra frase de ella era:
“Siempre elegante y segura, con la frente alta, caminando por la calle con el orgullo de saberse nada más y nada menos que una Hija de Dios…!!!!”
Muchos años después supe que era una gran empresaria chilena, pero nunca lo supe por ella, que mantenía todo su patrimonio en la mayor discreción. Y al ser chilena, tenía esos modismos al hablar propios de su país, y que la hacían aún más graciosa y divertida. Cuando le hablabas te escuchaba seria, con mucha atención, pero cuando ella respondía su cara se transformaba en alegría. Quien la conoció, no la olvida ni la olvidará jamás.
A mí me marcó a fuego. Me dio impulsos, me empujó a proyectos grandes, con una visión sobrenatural en todos ellos que era asombrosa. Le debo a Elina mi formación espiritual sólida y segura que me ha permitido sortear con optimismo los reveses de la vida. Durante más de 15 años fue mi maestra implacable y mi consultora de altura.
En esos años el medio de comunicación era la carta. Y había que averiguar su letra… grande pero ilegible a veces. Yo le decía que ella escribía “con letra apurada”, lo que le causaba mucha risa. Después comenzaron los mails, y todo era más fácil. Guardo algunos de ellos: leerlos es escucharla hablar.
En mayo de este año, sabiendo por ella misma que estaba enferma, viaje a Buenos Aires en plena pandemia a verla. Me recibió en su casa: estaba espléndida. Era la Elina de siempre, graciosa, ocurrente, vital, de no quedarse quieta, los años no habían dejado huella. Me escuchó atentamente, le conté mis proyectos, me dio sus consejos. Y volvió a repetirme lo de siempre:
“Diana, Adelante…!!! Adelante…!!! A volar como las águilas…!!!”
Y antes de despedirnos se sacó de su mano un anillo y me dijo:
“Quiero que lo tengas…”
Ese gesto del anillo (confieso que nunca usé anillos) tuvo para mi trascendencia. Fue como si me diera una milésima parte de su bastón de mando. Ella, una grande entre las grandes. Yo, una simple cristiana. No podría seguir sus pasos, pero si quizá, con la ayuda de Dios, ser sombra de sus zapatos… Me lo puse en mi mano y nunca me lo he quitado.
Esa alegría la mantuvo hasta sus últimos días. Me contaba, por ejemplo, que se aparecía en las reuniones de su casa con un sombrero o disfraz diferente cada día, sacando fuerzas de donde ya no había, pero siempre sin quejarse, minimizando su enfermedad, desparramando sonrisas.
Su último whatsapp, como si no pasara nada serio en su vida, fue del 2 de noviembre del 2021. Y 12 días después, el domingo 14, se nos fue al Cielo.
Elina Gianoli Gainza: “Tu vida no ha sido estéril, has sido útil, has dejado poso. Has encendido los caminos de la tierra, con la luz de Cristo que llevaste en tu corazón…”.
Diana Dondo
*Publicado orginalmente en https://familyandmedia.eu